No sé tú

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Por Alexia Salas

No sé tú, pero yo he crecido sin miedo. Me siento parte del movimiento que pide democracia real, una democracia económica y social; es más, deseo con fuerza que esto desemboque en un cambio radical de nuestro sistema de vida y una renovación de las instituciones.

Nací a tiempo de ver a los jóvenes perseguidos por una policía represora, e incluso presencié cómo los apaleaban sobre la acera por el hecho de pedir libertad. Tal vez por eso muchos de mi generación nos sentimos defraudados ante el triste espectáculo de la España contemporánea, esa que todos hemos cosido a retales, cada uno el suyo, con burdas puntadas egoístas y vergonzantes. Por eso tampoco debemos permitir retrocesos en los derechos y libertades, por aquellos a los que molieron la espalda a golpes, por los que se dejaron la vida. Por los que quedaron atrás, pero sobre todo por los que vienen delante. Es duro ver la cara de decepción de un hijo cuando descubre el funcionamiento real de la sociedad y de las instituciones, cuando destapa la realidad de un sistema que se mueve por el poder del dinero.

En lugar de canalizar ese compromiso con un mundo más justo y solidario, lo que hacemos es arrancarnos la piel a dentelladas. Cómo iba a ser de otra manera si reproducimos, igual que los niños imitan a sus padres, el cruce de insultos y acusaciones vacías de los dirigentes políticos, la demagogia y la insolencia de las mentiras públicas. Como si no tuviéramos cerebro para pensar, ni corazón para respetar, la consecuencia es la democratización del insulto.

Uno de los fenómenos de los últimos tiempos, no sólo durante la campaña electoral, ha sido la grosería multiplicadora de internet. El anonimato permite la impunidad, de manera que sólo hay que entrar con un nombre falso o un apodo en un foro o en los comentarios de noticias de la prensa digital, para dejar los exabruptos más soeces y maleducados. Parece ser que hay personas que necesitan expulsar su bilis por donde sea, y como no se atreven a hacerlo dando la cara o el nombre, pues se amparan en el cobarde anonimato.

La crueldad suele asociarse con frecuencia a la cobardía. Así, se puede ver cómo insultan a personas populares a nivel nacional o a otras que no lo son; les da igual. Aportan datos falsos o manipulados, les añaden insultos y vierten todo el desprestigio que pueden, con muchas faltas de ortografía eso sí, contra personas que no pueden contestar ni defenderse del escarnio público. Me consta que algunos personajes conocidos se han negado a ser entrevistados por este motivo, ya que al día siguiente puede aparece el iluminado de turno llamándole cualquier majadería y dejar sus comentarios llenos de odio a la vista de todos, de modo que también están expuestos a los ojos de los familiares y amigos de la víctima de la forma más dolorosa. Un famoso torero se sintió vejado al ver que bajo su entrevista se le llamaba cocainómano, violador y no sé cuántas cosas más sin poder hacer nada. Del mismo modo, bajo las noticias de violencia de género se apostillan comentarios que son apologías del maltrato a la mujer, así como de tono racista y otros sinsentidos.

No sé tú, pero yo no comprendo el miedo. Yo misma he padecido las consecuencias de escribir lo que a algunos no gustaba; he tenido que soportar presiones y amenazas, pero siempre puse mi nombre y apellidos al inicio de mis artículos. Nunca me escondí. Para eso la prensa debe cuidar extremadamente la veracidad de lo que cuenta, asumir los errores y rectificar cuando sea preciso. Si tú tampoco te tragas esa mezcla de miedo y rencor, no aceptes sin más lo que te llega sin nombre, sé exigente con la información que digieres cada día al pulsar una tecla. De otra manera esteramos expuestos a la insolente maldad de estos ruidosos resentidos, que no tienen otro objetivo que hacer daño porque sí a cualquiera que se le ponga a tiro, ya puede ser un político local que un torero famoso, una ministra o el vecino que es de otro partido o que anima a otro equipo de fútbol. Mañana puedes ser tú o alguien cercano. El fin es destilar odio sin más. 

Hace mucho tiempo que no frecuento los foros, porque huyo de los diálogos ofensivos, y es que  algunos adquieren un tono lamentable. Algunos medios de comunicación digitales ya han tomado medidas y han comenzado a obligar a identificarse a todo aquel que quiera opinar. Se terminará regulando todo este sistema nuevo de comunicarse que, si bien era un recurso enriquecedor y lleno de posibilidades, lo hemos convertido en un vertedero, como muchas otras cosas que tocamos. Lo triste es que haga falta una policía digital para evitar atropellos a ciudadanos. Lo verdaderamente triste es que el odio más insensato sea ya tan frecuente que contamina todo lo que nos alcanza la vista. 

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