Antonio Zapata. Hace poco más de 20 años la pala derribaba en Los Alcázares el antiguo edificio consistorial, situado en el mismo lugar en el que se levanta el actual. Pero la pala también se derribaba otro edificio, probablemente más importante que el edificio administrativo: la Casa de la Cultura de todos los alcazareños.
Allí se encontraba una biblioteca donde muchos devoramos nuestros primeros libros, había salón de la Tercera Edad y salón de actos. En dicho salón se podía encontrar desde teatro, en su versión escolar y aficionada, a proyecciones de cine o actos culturales de lo más variopinto.
En este pequeño municipio el lugar de la cultura había sido, durante décadas, el Teatro-Cine Carthago, inaugurado en los años 30 del pasado siglo. La Casa de la Cultura se convirtió en una digna sucesora en tanto que articulaba la vida social y cultural del municipio. Dicho complejo, de una escala humana, cohesionaba el entorno, generaba actividad y vida.
Era mucho más que un inmueble, era el epicentro de la vida cultural del municipio. También era un lugar de entretenimiento para los jóvenes. Tras su desaparición el municipio fue convirtiéndose en un páramo cultural, como alguien acertadamente describió. Era cuestión de tiempo que, sin un espacio aglutinador, llegara la desarticulación de la sociedad civil y la ausencia de espacios de ocio sanos y funcionales . Todo ello a pesar de la enorme disponibilidad de inmuebles municipales.
Y es que, seguramente, nos creímos la mentira interesada de que lo sólido era el ladrillo.
En 2021 hemos cumplido más de 20 años sin Casa de la Cultura. Quien cumpliera 18 años en el 2000 ha votado ya al menos cinco veces; quien entonces viniera al mundo puede ya votar sin haber pisado jamás un lugar así. Y es que, por lo visto, no se consideró su recuperación una necesidad básica. La cultura, en sus muy diversas manifestaciones, es análisis, reflexión y alimento del espíritu crítico; pero también es cohesión y sentido de comunidad. De todas estas cosas andamos escasos en nuestro entorno. Será casualidad.
Cabe preguntarse si Los Alcázares podía permitirse el lujo de estar más de 20 años sin una Casa de la Cultura, a pesar de todos los IBI y demás 'inputs' que se generaron. Cabe preguntarse si nos podíamos permitir dar la espalda a la cultura de esa manera, y si las dificultades en las que nos encontramos inmersos no serían menores de haber reflexionado y analizado más a la hora de tomar decisiones. Quizá, con un mayor acento en este aspecto, habríamos caído antes en la cuenta de que crecer mucho no significa crecer bien; quizá habríamos hipotecado menos nuestro futuro con mejores decisiones. Porque el deterioro de nuestro entorno no hay cuenta bancaria particular que lo afronte.
En los últimos años Los Alcázares ha recuperado una parte del impulso cultural perdido de la sociedad civil, gracias a loables y magníficas iniciativas como La Compañía de Mario, La Jarapa, LAEC o las corales, por citar solo algunas. Pero sigue necesitando de un lugar de encuentro, y no hace falta que sea faraónico, ni el mejor de la Región de Murcia, ni el más lustroso. Lo esencial es que sea dinámico y práctico porque, como dijo el poeta, lo esencial es invisible a los ojos.
ANTONIO ZAPATA es historiador, profesor, presidente de la asociación Los Alcázares Ecocultural y cronista oficial de Los Alcázares.
La antigua Casa de la Cultura de Los Alcázares, en un edificio anexo al viejo Consistorio. Se derribó para levantar en nuevo edificio del Ayuntamiento, pero ya no se reservó espacio para la vida cultural, que los vecinos echan de menos.
Un momento en la antigua Casa de Cultura, en el cierre de una función de La Jarapa con ovación al recordado director, Antonio Albaladejo. Foto de Rosa del Carmen Albaladejo.
Otra función en la antigua Casa de la Cultura. Después las funciones se han realizado en el salón de plenos del Ayuntamiento, aunque no es el lugar adecuado para las representaciones teatrales.
Exterior de la antigua Casa de la Cultura, ya derribada.