Adiós a Juan Ros, artista nocturno, mariachi vividor y creador único

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Alexia Salas. Como vivimos cada vez más cómodamente instalados en el 'infierno de lo igual', como llamó un filósofo coreano a esta homogeneización del mundo, cuando se marcha alguien como Juan Ros, nos empeora a todos. Con él muere la originalidad, la voz propia, la osadía de desmarcarse y ser uno mismo. Muere también una persona querida, que deja mucha obra singular, pero sobre todo muchos amigos en la comarca de Cartagena y Mar Menor. 

 

Me gustaba de Juan esa perilla de corsario inglés que llevó durante mucho tiempo, luego pasó al bigote mexicano, pero siempre quedaba por encima la sonrisa siempre presta a atrapar la vida, sin contención. 

Juan Ros nació en La Hortichuela (Torre Pacheco) y, según él mismo contaba, fue descendiente de un vizconde que se asentó en Balsicas, de modo que esa mezcla de sangre aristocrática y punky lo hizo como era, un vividor sin medida, un anarquista vital, un creador único. 

Su lado parrandero, de mariachi en su grupo Malezas, que él catalogaba como 'folk punk', le dio la chispa gamberra que hace la vida soportable. De chingazo mexicano pasaba a pistolero de 'western' y a la montera soviética, con la hoz y el martillo. Le pirraban Sara Montiel, las rumbitas y George Moustaki, cuyo tema 'Le meteque' dedicaba a los huidos en cayuco, a las mujeres violadas en un barrio de Irak, a los olvidados. 

Ese prisma folclórico no puede dejar oculto el del artista original, que creó un estilo propio y plenamente reconocible a distancia. Bajo su aspecto de bandido fronterizo, convivían el músico, el artista, el maestro, el diseñador, el padre, el cazador. Impartió clases de arte en el instituto Thiar, de Pilar de la Horadada, con la misma pasión con la que cantaba un corrido. 

Este doctor en Bellas Artes era prolífico. Él mismo contaba que cuando estaba eufórico, era imparable. El gamberrismo de la música no traspasaba a su arte. Para el pincel era riguroso. Se inspiró en las vanguardias, en el fauvismo y el expresionismo, pero su estilo era él. Pintaba a lo Juan Ros

Juan Ros en su última exposición en Torre Pacheco, explicando su visión de Bruce Lee. FOTOS: Pablo M.Salas

Reinterpretaba los fotogramas de cine, se perdía en la mirada de Romy Schneider, en el nervio de Bruce Lee, en escenas míticas, como la de William Holden y Gloria Swanson en 'Sunset Boulevard'. En cada reinterpretación de una película, había un mensaje, un matiz oculto que él sacaba a la luz con su mirada de excavador. Monsier Hulot le pareció perfecto para encarnar el surrealismo de Magritte con el objeto que ambos compartían, una simple pipa que tanto es capaz de decir. Pintó también su devoción por algunos grandes de la música, de Willy De Ville a Tonino Carotone, de Chavela a Serge Gainsbourg o María Jiménez. Todos piezas únicas, como a él le gustaba. 

Sufrió por el Mar Menor, al que dedicó obras tan subversivas como la de la Niña del Chapapote o el espíritu del vertido. 'Mal menor, mal mayor' tituló uno de sus obras denuncia sobre el daño hecho a la laguna. Una madre de piedra vela el cadáver su un hijo, un caballito de mar. 

La Concejalía de Cultura de Torre Pacheco preparaba con él una exposición en la BIblioteca para el próximo diciembre. "Su repentina muerte ha trastocado los planes, pero su familia ha determinado que colaborará en lo necesario para que se realice esta manifestación cultural que será un homenaje póstumo del municipio a este artista único e irrpetible", ha expresado el Ayuntamiento en un comunicado. 

Creativo, divertido, estrafalario, Juan Ros deja un hueco que no se llenará, como les ocurre a las personas que optan por defender su carácter contra viento y marea. Los que compartimos tiempo con él nos quedan esas perlas de recuerdo y añoranza. Sus amigos le han dedicado efusivas despedidas en las redes sociales. "Gracias por la lucha, el humor y la complicidad", le ha dado públicamente Matías Cantabella, portavoz de Podemos en San Javier. 

A Juan le habría encantado leer la despedida de Kuki Keller, el dueño del extinto Varadero, en La Curva, donde confluyeron artistas de todo tipo en los años ochenta y noventa. "Gracias por todos los buenos momentos que nos has dado. Gracias por venir a mi fiesta, y mira si alguien puede hacer algo por la multa de 700 euros que me han puesto los municipales por la fiesta". Está difícil, pero mira, Juan, si desde arriba, se puede mejorar este mundo de alguna manera. Como dijo María Negroni, nos dejas a merced de lo que somos. 

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