Con las fiestas navideñas a sólo un mes de distancia en el calendario y el puente de la Constitución mucho más cerca, muchos reciben el fin de semana sin mucho ánimo de echarse a la calle a gastar algo de dinero en ocio.
Si bien no parece que el tiempo vaya a ser muy desagradable, sigue apeteciendo quedarse en casa con el lema “película y manta”, o mañana de chapuzas, o partidita de blackjack en línea en William Hill, o hacer un buen bizcocho y ponerse morados en la merienda. Todo vale, y para gustos, los colores.
Acabamos de dejar atrás Halloween, como quien dice, y un poco más allá, el puente del Pilar. Es un ritmo desenfrenado el que coge el otoño, y el invierno le sigue con su Navidad, sus Reyes Magos y cuando queremos darnos cuenta ya estamos metidos en el Carnaval. Independientemente de los desembolsos sistemáticos de dinero que solemos hacer en este tipo de eventos, muchas veces nos ponen más patas arriba que otra cosa, y es que el ser humano es animal de costumbres.
Las rutinas no son sinónimo de aburrimiento, sino que son la manera de implementar el orden en todas las facetas de nuestra vida: en cuestión de horarios, de economía, de vida social y por supuesto a nivel emocional. Precisamente estas festividades que nos vienen las solemos agradecer porque aportan un punto novedoso a nuestro día a día, como contrapunto al aburrimiento que la rutina suele generar, pero precisamente, sin esta rutina no sabríamos apreciar una fiesta.
Es por esto, pues, que no debemos subestimar el poder casi curativo de un fin de semana en casa aprovechando para descansar, organizar nuestro presente y planificar el futuro a corto plazo, y por supuesto, darse ciertos caprichos como el de pasar una tarde entera sin hacer nada productivo en el sillón de nuestro salón, un privilegio cada día más difícil de obtener.
