A vueltas con la corrupción

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Jesús Galindo Sánchez

Según el último barómetro del CIS, la corrupción es el segundo problema en importancia, estimado por los españoles, desde hace ya bastantes meses. Y es que, por el tiempo que ha transcurrido desde que los ciudadanos comenzamos a preocuparnos por este fenómeno, da la sensación de que se estuviera enquistando y fuera a permanecer como una característica propia de nuestra misma idiosincrasia.

 

De la lectura de las numerosas páginas y de las inagotables horas de información que esta lacra ha generado en los últimos meses (inclusive años, diría yo),  podría dar la sensación que es una peculiaridad atribuible a un partido en concreto (el PP), sobre todo si nos fijamos en todas aquellas alusiones e intervenciones que se han escuchado en las pasadas, pero cercanas, campañas electorales que hemos tenido que soportar a lo largo de este último año.

A través de este artículo voy a tratar de plantear lo que desde hace ya bastante tiempo vengo sosteniendo: y es que la corrupción no es innata ni pertenece en exclusiva a ninguna ideología ni organización, sino que es más bien un estigma propio de la condición humana y que va sujeto al ciudadano como ser individual y a su ego más malévolo, sea este de derechas, de izquierdas o apolítico.

No pretendo con ello justificar, ni mucho menos disculpar a aquellas organizaciones políticas que están metidas de lleno en este tipo de corruptelas y de las que, tanto a nivel individual, como colectivo, han podido sacar provecho de unos comportamientos que son hartamente deplorables, más bien lo que pretendo es reflexionar sobre el fondo de este tipo de situaciones en las que es el ser individual es realmente el responsable de estas fechorías. Y también, que este tipo de actuaciones van directamente ligadas a la actividad propia que estos individuos están realizando, siempre dentro de un ámbito de acción, en los diferentes organismos administrativos donde circunstancialmente se encuentran ubicados y de los que se aprovechan de manera torticera para la ejecución de este tipo de ilegalidades.

Para ello voy a relacionar una serie de casos, algunos más recientes que otros, pero donde se pretende demostrar, solo con el simple enunciado, su procedencia y los individuos directamente implicados, el valor de la tesitura que en este escrito pretendo mantener.

Comienzo por el caso Gürtel, centrado en la Comunidad Valenciana, como uno de los casos más llamativos que afectan al PP, donde hay un total de 37 investigados, y cuyo juicio oral se está desarrollando en estos días.

El caso ERE, fundamentalmente centrado en Andalucía, por el contrario, afecta al PSOE, y aunque aún está sin juzgar, han sido encausados dos expresidentes de la Junta (Chaves y Griñán) y un total de siete ex-altos cargos de este partido.

Si giramos la vista al Este, en Baleares, allí la china le toca a Podemos, donde la Presidenta (Chelo Huertas) y una Diputada Autonómica del citado parlamento balear (pertenecientes a esta formación política que aunque no gobierna en muchos sitios, también tiene su cuota de corrupción), al parecer han “favorecido” la asignación de un convenio entre el Gobierno de esta Comunidad y el laboratorio de un amiguete.

En el caso Púnica, donde también se encuentra el PP involucrado de una forma sustancial (7 Ayuntamientos involucrados donde gobierna), sin embargo nos encontramos algunas “islas”, como pueden ser el Ayuntamiento de Parla (PSOE) y el de Serranillos, donde gobierna la Unión Democrática Madrileña (UDMA).

En los casos  Can Domenge (fraude y prevaricación) y Maquillaje (Subvenciones a empresas audiovisuales), es Mª Antonia Munar (de Unión Mallorquina), quien fuera Presidenta del Parlamento Balear (1995-2007), quien junto a otros altos cargos han cargado con el peso de la justicia.

En el caso de la Caja Castilla La Mancha, es el PSOE el que tiene que sufrir la condena a siete imputados, entre directivos de la Caja y miembros de este partido, por una acusación de quiebra y mala administración de la citada entidad.

Y no digamos nada de lo que ha pasado en Cataluña, con los casos Pujol, Palau, ITV, 3%, o Atigsa, donde la formación política predominante no ha sido otra que la antigua CIU, quien gobernaba a sus anchas en tan rico territorio.

Como se podrá observar, si se hace un pequeño análisis de cada uno de estos casos que se han expuesto, hay una coincidencia común a todos ellos y da igual el partido al que pertenezcan. La coincidencia es que en todos estos casos se cumple este requisito: los imputados directamente en la materialización de los hechos relatados están gobernando, bien sea en Ayuntamientos, en la Administración Regional o en el Gobierno Estatal. Es decir, se puede ejercer este tipo de corrupción si estás en el ámbito del “poder”; si no, es bastante más difícil. Y queda demostrado que a la hora de ejercer la corrupción, en el ejercicio de ese poder y en cualquiera de las mencionadas administraciones, da igual que seas del PP, del PSOE, de PODEMOS, o de CIU (o como se llame ahora). En todos los lugares donde se ha podido demostrar que –en mayor o menor grado- ha habido algún tipo de pudrición, no ha sido posible atribuirlo a una única formación, pues como se ha visto y por usar un aforismo muy utilizado para estos casos: “en todas partes cuecen habas…”.

Cualquiera que quisiera extraer una simple conclusión podría pensar que cambiando de caballo (y de montura) para próximas confrontaciones electorales, todo quedaría resuelto; pero por desgracia lo que pretendo decir, con esta reflexión, es que tendríamos que cambiar también el ADN de algunas monturas, y eso es mucho más difícil.

La corrupción, por lo que se percibe, está impregnada en ese mismo ADN que distingue a nuestra sociedad,  y quizá deberíamos empezar por hacer una reflexión cada uno de nosotros, haciéndonos la siguiente pregunta: ¿de verdad, estamos limpios?; ¿no hemos incurrido jamás en ninguna corrupción?; ¿cuántos facultativos conocemos que en su consulta particular hayan emitido una factura?, ¿y el jardinero que nos ha podado el seto de nuestro jardín?; o el electricista, que ha reparado un simple cortocircuito que teníamos en casa; ¿nadie ha hecho o intentado, alguna vez, introducir una trampa en el contador de la luz?.  Está claro que cada cual en nuestro nivel y en nuestro ámbito de conducta no nos libramos, y por ahí tendríamos que empezar.

Nuestra sociedad tiene que cambiar y eso lo tenemos que hacer posible TODOS. Cada uno en su entorno y con sus medios. Y si lo cumplimos, estaremos enseñando el camino a nuestros sucesores, para obviar una etapa de nuestra vida a la que habría que desterrar como si de un mal recuerdo se tratara.

Y quiero terminar como empezaba, convencido de que la corrupción va ligada al ser humano y, en nuestro país, parece que esté embebida en los genes propios de nuestra raza, aunque quiero confiar en las futuras generaciones que puedan mitigar esta situación y que, aprendiendo de nuestros errores, sean capaces de demostrar que también en esta ocasión podemos cambiar y hacer las cosas como hay que hacerlas.  Ya lo demostramos en su día con la Transición, donde nuestra sociedad  dio una verdadera lección al pasar de una dictadura a una democracia (por más que ahora algunos se la quieran cargar y cuestionar), y donde el mundo entero estuvo desconfiando hasta que se percató de que íbamos en serio.

Estoy seguro de que podemos hacerlo, pero ¿queremos?...

Jesús Norberto Galindo // Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

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