Facebook. Nos hemos dejado convertir en seres gregarios. Ganado.

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Hay un revuelo mundial desde que se destapó el uso no autorizado de los datos personales de 50 millones de usuarios de Facebook a la consultora británica Cambridge Analytica. El propósito era el de influir en, al menos, dos procesos electorales de trascendencia mundial: la campaña presidencial de Donald Trump y la salida de Reino Unido de la Unión Europea, el brexit.

Sospechábamos que nuestros datos se usarían, pero no hasta el extremo de conseguir cambiar el mundo al antojo del mejor ‘impostor’. Mark Zuckerberg, fundador y CEO de red social, ha tenido que dar explicaciones, por lo pronto, en dos comisiones parlamentarias en EEUU.

Quedó mudo cuando Dick Durbin, senador demócrata por Illinois, le preguntó que si “estaría cómodo compartiendo con nosotros el nombre del hotel en el que se hospedó añoche”. Contestó “no”.

Y de nuevo “no” cuando Durbin le pidió que compartiera con los presentes el nombre de las personas con quienes tuvo contacto a lo largo de la semana.

En su defensa Zuckerberg alegó que “Mi prioridad siempre ha sido la misión social de comunicar a la gente, de crear comunidades y de reunir al mundo". Por otro lado, para que no volviese a ocurrir, comunicó que tomarían medidas: "Estamos haciendo una auditoría completa de todas las aplicaciones  para que la filtración no vuelva a suceder".

El todo gratis de las redes sociales nos convierte en producto.  En una suerte de servidumbre voluntaria. Nuestra privacidad, nuestros gustos, intereses, preocupaciones y deseos están en sus manos. ¿Acaso pretenden en un futuro próximo hacer de la privacidad un negocio y que paguemos por ella?

Rob Key es fundador y CEO de Converseon, empresa que se dedica a ayudar a las grandes marcas a sacar partido de los datos sociales. Sin embargo, Key, cuando se refiere a las redes sociales dice que “Esto no es una herramienta de Marketing Directo, esto es comunicación humana”.

La clave del uso de la privacidad, con toda seguridad, está en la ética y el respeto.

Hasta no hace mucho éramos celosos de nuestras vidas privadas.  Estas solo eran asaltadas por los cotillas: cuerpo de élite especializado en husmear en las vidas ajenas, airearlas y hundir sin remordimientos la reputación del vecino.

Sin embargo, ahora, las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de mostrar públicamente lo que antes guardábamos con celo. Exhibimos sin pudor nuestra vida, compartimos fotos, risas y buenos momentos. Divulgamos estados de ánimo, pensamientos, canciones, el estado de salud, las buenas noticias. Y las malas. Presentamos proyectos, productos y servicios. Publicamos con libertad y en confianza. Elegimos quiénes pueden ver o no nuestros perfiles, pero cuando cliqueamos en la casilla de confidencialidad aceptamos sus normas, no las nuestras.

Nos hemos dejado convertir en seres gregarios. Ganado. Pero somos personas, no carneros.

No creo que se trate de eliminar las redes sociales y renunciar a todo lo bueno que nos ofrecen. Tampoco se trata de resignarse y  dejar que violen a su antojo nuestra privacidad.

Zuckerberg está triste. Se ha puesto en duda su idea de hacer un mundo mejor y más cercano con Facebook. Ha pedido perdón y ha puesto a disposición de los usuarios un enlace en el que pueden comprobar si han sido afectados por este asunto. Está tomando ‘medidas’

Se ha destapado lo que hay tras la pantalla. Tenemos de frente lo que oculta ‘la mano que mece los servidores’. El grande de Internet ha sido pillado. ¿Nos conformaremos por el todo gratis y la posibilidad de encontrar el amor en las redes,  a que nos sigan manipulando con su psicomagia e influir así en nuestras decisiones?

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