Esas mañanas sin aliento en que parece que no has hecho nada

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Inmaculada Barranco Latorre

Te levantas. Pones la cafetera con café canario del valle de Agaete,  con la esperanza de que el líquido negro enjuague las palabras de Morfeo. Te duchas y te lavas la cabeza. Huele a café. ¿Dónde puse la espuma del pelo?  

Suena el teléfono. Mientras hablas con tu hermana te preguntas si apagaste el fuego al retirar la cafetera. Te acercas a comprobarlo. En la mesa de la cocina encuentras el spray de espuma para el cabello.

De vuelta al baño ordenas los cojines del sofá, colocas los mandos de la televisión y apilas unos libros.

Frente al espejo coges el secador y el peine. ¿Dónde he dejado la espuma?

Vuelves a la cocina y no está. Abres la nevera por si acaso.

Ya que estás friegas los cuatro cacharros del fregadero y llevas a la lavadora los paños de cocina y un mantel.

En el patio, camino del lavadero, observas que las plantas están un poco secas, le das un manguerazo. Barres unas hojas que han caído al suelo y de pronto caes en la cuenta de que fuiste a la cocina a buscar algo. Estoy fatal de la memoria, piensas mientras revisas las hojas del olivo por si tiene pulgón.  Un día de estos tengo que abonar a las plantas.

Recuerdas la llamada de teléfono en la que tu hermana te pidió la receta del pollo al chilindrón ¿o era a la piña? Abres el recetario y le haces una foto al pollo con almendras, por si acaso.

Te tocas el pelo y está casi seco. Lo humedeces. ¿Y la espuma?

Miras en la cocina, en el salón, debajo de los cojines, sales al patio y encuentras el bote encima de la lavadora.

Con el spray en la mano y camino del baño ves una pelusa en el suelo. Coges el aspirador, el trapo del polvo y el Cristasol. Si es que aquí no llueve, y cuando lo hace cae barro. Limpias los cristales.

¡Uy!, pero si no me he puesto la espuma y se me va a quedar el pelo encrespado. ¿Dónde la dejé?

Inicias una peregrinación por la casa, el patio y el lavadero. Revisas el armario de los productos de limpieza y ahí está, junto al Cristasol.

Ya en el baño, te plantas frente al espejo y vuelves a humedecer el pelo. Suena el teléfono. Tu hermana dice que la receta que quería era la del pan de Calatrava.

No cuelgues, le dices. Te diriges a la cocina, abres el libro de recetas y le envías sobre la marcha  la foto del postre.

De regreso al aseo ves la cama sin hacer. Cambias las sábanas. Recoges la ropa, guardas unos zapatos, un pañuelo y la bisutería.

Lassie, tu perra, salta y  ladra. Hay que sacarla. Te recoges el pelo de cualquier manera con una cinta fucsia, buscas el monedero, las gafas de sol y ¿las llaves? Malditas llaves. De camino pasas por el cajero y compras el periódico. A la vuelta le pones la comida a la pequeña peluda.

Oyes el desquiciado pito de la lavadora, ¡la ropa!, cada vez estoy peor de la cabeza.

¿Qué estaba haciendo? Vuelves a la cocina y preparas la comida.

¡Mi pelo!, si lo tengo aún sin arreglar. ¿Dónde habré dejado la espuma?

Buscas en la cocina, el lavadero, el dormitorio. La encuentras en el cesto de Lassie.

Si es que se me va la mañana y no hago nada. Sujetas el spray con las dos manos y lo miras con fijeza mientras juras prestarle atención como un budista. Conciencia consciente. Conciencia consciente. Repites como un mantra.

Suena el teléfono. El postre me salió riquísimo. Tiene una pinta estupenda. Dice tu hermana mientras te lo cuenta paso por paso.

De pronto recuerdas que tenías que ir al Mercafú porque tienes la nevera llena de telarañas y vienen amigos a cenar esta noche.

Empieza la gincana para encontrar de nuevo las gafas de sol y el bolso; guardas el monedero, la tarjeta, el móvil. ¿Y las llaves del coche?

Entras al supermercado. Llenas el carro y juras hacer para la siguiente compra una lista.

Llegas a la caja. La cajera te clava los ojos y te desafía  lanzándote la compra por la cinta como una ametralladora; la gente de la cola te empuja ansiosa con la mirada. Te falta el aire mientras llenas las bolsas, cuando de pronto, se te acerca la vecina del cuarto que, sin piedad, detalla la última reunión de la comunidad de vecinos; a la vez suena el móvil. Tu hermana.

La cajera te da la cuenta. Todos te observan con los motores en marcha. Abres el bolso y no encuentras el monedero; sacas las gafas, el rollo de bolsas higiénicas de Lassie,  las llaves, el neceser con las pinturas, la colonia, un peine y, por fin, aparece el bote de espuma para el pelo.

Suena en tu cabeza ‘Estoy mala’ de Martirio. Y regresas a casa con esa sensación de que se te ha pasado la mañana sin hacer nada; de que te has dejado algo en el fuego y de que has olvidado en el súper algo indispensable.

 

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