Pausa

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Inmaculada Barranco

La vida no es un espectáculo y no todo el que se pone en un púlpito es un actor o un mago.

¿Y cuando Samantha, (Elizabeth Montgomery), movía esa nariz pecosa y respingona en Embrujada, la famosa serie de los 60 y 70, y se quedaba la cocina resplandeciente, el salón recogido y la ropa planchada? Qué tiempos. Aún muevo de vez en cuando la nariz cuando mi casa es un caos pero nada, al final acabo enganchada al mango del aspirador.

Qué mágico todo. Cómo vuela la imaginación cuando soñamos con esos duendecillos que limpian cristales por la noche mientras dormimos, nos hacen los deberes o avanzan trabajos de fin de grado o máster y nos meten en la cartera, como si fueran el ratón Pérez, el boleto ganador del Sueldazo de la ONCE, ese del premio de 300.000€ al contado más 5.000€  al mes durante 20 años. Hasta nos vemos con el perro Pancho, el de La Primitiva, en el Caribe.

La fantasía, los sueños

Pues resulta que no todo es imaginación. Para creernos que todo lo anterior es posible y  aceptar como real las historias y personajes de ficción, tanto de la literatura, como del cine, teatro, series, videojuegos, o ilusionismo ha de darse lo que se llama suspensión voluntaria de la incredulidad. Tela.

Esto quiere decir que hacemos, de forma consciente, una pausa voluntaria en nuestra mente racional y nos lo creemos todo, porque si no sería imposible comprender las creaciones artísticas. Un 'quid pro quo', cambio de una cosa por otra. Pausamos nuestra mente crítica y aceptamos por válido cualquier discurso o relato e incluso perdonamos ciertas incoherencias o fallos a cambio de entretenimiento o diversión.

La suspensión voluntaria de la incredulidad surge en 1817 de la mano del inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), crítico, filósofo, poeta y uno de los fundadores del Romanticismo en Inglaterra. Para Coleridge, los espectadores, cuando se sumergen en el mundo de las obras de arte, el juego o la ilusión, han de desconectarse de la realidad y la lógica y aceptar lo imposible como válido para comprender y disfrutar de las creaciones artísticas. José María Pozuelo Yvancos, teórico, crítico literario y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura comparada de la Universidad de Murcia, en 1994 hace referencia en este mismo sentido al pacto narrativo.

Todo esto en cuanto al pacto implícito del público y el espectáculo. Pero la vida no es un espectáculo y no todo el que se pone en un púlpito es un actor o un mago en plena representación teatral.

En la historia de la Humanidad no se ha tenido como ahora tanta información y desde puntos geográficos tan lejanos. Nos llegan primicias en tiempo real de lo que ocurre en Australia y en nuestro barrio. Tenemos la opción de estar informados porque el acceso a las noticias nos llega desde el formato papel hasta el virtual. No podemos decir que estamos desinformados; podremos decir que no nos interesan ciertos asuntos pero no podemos justificar nuestra ignorancia con la falta de acceso al conocimiento.

Estamos inmersos en un mundo que parece, permanentemente, al borde del precipicio: conflictos geográficos y políticos que ponen en peligro la frágil paz mundial.

Es como el efecto mariposa,  la tesis del meteorólogo teórico estadounidense Edward Norton Lorenz (1938-2008). En ella nos explica que una pequeña perturbación de aire, como el movimiento de las alas de una mariposa en Brasil, puede llegar a desencadenar un tornado en Texas.

Nos sentimos espectadores frente a una pantalla de cine: parece que lo que ocurre a mil kilómetros no nos afecta y eso no es cierto. Nos afecta porque ahora lo que sucede en un punto del planeta puede cambiar el rumbo de nuestra vida. Una crisis económica en Argentina puede influir en la economía mundial y la crisis de los refugiados, queramos o no, pone a prueba nuestro sentido ético, nuestros valores y nuestra vergüenza.

Es, como si de alguna manera, observásemos nuestra situación sociopolítica como quien ve un cortometraje: sin visión crítica y asumiendo como válidas las afirmaciones de los diferentes líderes o mandatarios.

Nuestro entorno no cambiará porque movamos nuestra nariz ni porque nos emocionemos al ver Titanic.

Como las alas de la mariposa, si queremos un mundo mejor, sin presidentes ineptos, corrupción, políticos mentirosos, víctimas de guerra; la voracidad del Ibex 35, desigualdad, en fin, sin manipulaciones que muevan nuestra conducta y nos hagan sentirnos como ganado, tal vez sea la hora de quitar la pausa voluntaria en la que tenemos a nuestra conciencia y despertemos nuestro sentido crítico. Quién sabe si con ese leve gesto al día, podríamos diferenciar, por fin, cuándo estamos en el circo y cuándo frente a la vida real.

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