Los vencejos se reúnen en el mismo sitio

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Por Alexia Salas

Querida Anne,

los vencejos siguen frecuentando los cables eléctricos que rodean tu casa. Cada vez que paso por allí, los veo reunidos en las alturas, como en un congreso aéreo. Supongo que les gusta el horizonte despejado que se extiende sobre los cultivos y, en línea recta, hasta la playa de Los Narejos que tanto te gustaba.

No sé si lo sabrás, allá donde estés, pero es casi lo único que sigue inalterable. Todo ha cambiado tanto desde que te fuiste que no sé si te gustaría, aunque tú siempre fuiste una superviviente de raza. No te faltaban historias de esas de apretar los dientes, pero, en el fondo, me alegra que no hayas vivido este retroceso humano que sufrimos, que te hayas evitado la pena de ver cómo los hombres volvemos una y otra vez atrás, cómo se repite la historia. Vital como eras, seguro que hubieras remontado también esto con tu mente pragmática germana y tu delicada ironía. Siempre pensé que la niña que tuvo que salir corriendo con lo puesto, dejando su casa atrás por la invasión nazi, vio claro de adulta que hay algo que no te pueden quitar, tu poderoso mundo interior que luego va floreciendo a tu alrededor. Así lo hiciste y eso se convirtió en la escuela de español para extranjeros, las fiestas benéficas, el periódico. Todo equivalía a tender puentes y cerrar grietas, mientras que otros se dedican a abrirlas.

Mejor no te cuento, Anne, los surcos que nos separan ahora unos de otros, aunque como en toda situación crítica, surgen los héroes, que hacen su labor callada.

Creo que jamás he aprendido tanto de alguien, maestra, hermana. Así que te echo de menos igual que si a los vencejos les quitaran uno de los postes. Tanto que no puedo ir a Los Narejos y ver al grupo de patchwork que tú reuniste para acercar a españolas y extranjeras, porque el nudo me aprieta la garganta. La última vez que las vi no pude articular ni un 'how are you?'. Me dí la vuelta y las dejé con esa sonrisa inocentona que ponen los 'guiris'. Pero no creas, no me entristece recordarte. Al contrario, tengo junto a mi mesa la foto que nos hicieron a las dos en el vestíbulo centenario del hotel La Encarnación que tanto te gustaba por su aire histórico y de otro tiempo. Con tu aspecto de guiri que ocultaba a una apasionada de la cultura española. Qué nos unió tanto a dos personas tan distintas y de tan diferente historia y procedencia. Una alemana que había recorrido el mundo después de encajar los golpes de aquella espantosa guerra, una relaciones públicas cosmopolita, enamorada de Cervantes, del flamenco y de la Princesa de Éboli, hasta tal punto que llamó a uno de sus gatos Antonio Pérez. Compartimos la pasión por ese capítulo de la historia, otra de las cosas que nos unieron. Allí estamos las dos, sonriendo porque aún disfrutábamos de nuestra amistad, antes de que se impusiera esa frenética obligación de envejecer que padecemos los humanos, en ninguna otra cosa hay mayor injusticia.

Bueno, te contaré, Anne, que sigo en la brecha con el periódico que compartimos. La vida a veces nos empuja con su dedo implacable y nos tambaleamos, pero enseguida luchamos por mantenernos erguidos, como tú hiciste. El sol quema igual que antes, Anne, sobre todo tu piel transparente. Los veranos son igual de bulliciosos y, en invierno, regresa como siempre el silencio. Menos mal que no has llegado a ver la desaparición de tantas palmeras por el picudo rojo, porque sé que te hubiera afectado más que una desgracia personal. Los molinos de Torre Pacheco siguen girando, como tú contabas a tus lectores en perfecto alemán, repasado y corregido mil veces antes de mandarlo a imprenta. Muchos de tus 'guiris', como tú los llamabas, se han marchado de vuelta a sus países por la crisis, pero otros han llegado, supongo que eso es la vida, un ir y venir constante, indiferente a las pequeñas historias. Escuché hace ya un par de años cantar a tus amigas del coro Barber Shop, pero no sé si continúan unidas. Anne, me gusta pensar que cuando me acerco a la playa solitaria de Los Narejos en invierno estás por allí, siempre con un buen consejo y uno de tus comentarios de fina ironía. No te vayas muy lejos, porque tal y como están las cosas por aquí abajo, Anne, voy a necesitar tu equipo completo de superviviente. Ya te voy contando, vale?

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