Sauditas al volante

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Inmaculada Barranco Latorre

Si las mujeres gozamos de ciertos privilegios es porque los hombres así lo quieren

Hoy, domingo 24 de junio de 2018, por fin puedo celebrar que las mujeres de Arabia Saudí puedan conducir. Hasta ahora lo tenían prohibido y para desplazarse era obligatorio ir acompañadas de un hombre: su 'guardián'. Aunque esta prohibición no se contempla en su marco jurídico, es de obligado cumplimiento porque así lo imponen los clérigos musulmanes conservadores en su “fetua”, normas informales que regulan su particular apartheid de género.

El reino de Arabia Saudita, tal y como lo conocemos ahora, se fundó en 1932. Es una monarquía absoluta y una teocracia. Sus leyes se rigen por la sharia o ley islámica como eje de su sistema judicial y la aplica desde la visión más extremista de los principios del Islam. En 1957 se prohíbe conducir a las mujeres por motivos religiosos.

Como suele ser tradicional en todas las religiones, es en las mujeres en quienes se ceban con sus castigos y prohibiciones. Aún hoy, en los países más avanzados, ocupamos un segundo plano en la sociedad y tenemos que aguantar, entre otras, las barbaridades misóginas en boca de nuestros líderes religiosos y políticos. Inmiscuirse en nuestro derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, culparnos en caso de violación o criticar el activismo feminista son un claro ejemplo de la falta de respeto que nos tienen.

Hace años que sigo la evolución de la lucha de las saudíes por su derecho a conducir. Sobre todo cuando leí que, los sábados por la noche, muchas sauditas, a modo de reivindicación, conducen de forma clandestina los coches de sus familiares arriesgando así su libertad e integridad física porque, de pillarlas la policía, podrían ser encarceladas y azotadas. No hay que olvidar que estamos hablando del país del mundo que tiene las restricciones y castigos más duros hacia la mujer.

Más de un sábado, cuando he ido al volante, he recordado a estas mujeres valientes y el riesgo que corren por hacer algo  que aquí hacemos con normalidad.

Esta lucha por obtener el derecho a conducir se remonta a 1990, cuando un grupo de casi 50 mujeres condujeron sus automóviles por una de las principales avenidas de Riad,  la capital saudí.

La policía las detuvo, les quitó el pasaporte y varias fueron suspendidas, durante un tiempo, de empleo y sueldo.

Pero ellas no cesaron en su lucha. En 2007, Wajeha al Huwaider, periodista y   cofundadora junto a Fawzia al-Oyouni, de la Asociación para la Protección y Defensa de los Derechos de las Mujeres en Arabia Saudita inician una campaña de recopilación de firmas con el fin de solicitar al rey Abdullah el derecho a conducir. Ignoraron la petición.

En 2008, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer,  al Huwaider  se grabó mientras conducía y subió el vídeo a Youtube. Lo mismo hizo en mayo de 2011 cuando grabó a su hermana, la activista e informática  Manal Al Sharif,  mientras conducía y  subieron el vídeo a Youtube y Facebook. El vídeo de Manal tuvo 700.000 visitas en pocas horas y en pocos días millones de reproducciones. La policía la detuvo y encarceló y, gracias a la presión internacional, fue liberada. Por entonces ya tenían en marcha, en las redes sociales, la campaña ‘Mujeres para impulsar el movimiento’ Women2drive y más tarde Right2Dignity, en las que reivindican el derecho a conducir.

Muchas mujeres se unieron a la iniciativa y, a finales de septiembre, Shaima Jastania fue condenada a diez latigazos por conducir en la ciudad de Jeddah. Afortunadamente  la sentencia fue revocada.

Cabe añadir que entre sus peticiones se encuentra la de la abolición de la tutela masculina. Las mujeres no pueden viajar, trabajar, practicar deporte, alquilar un apartamento, someterse a una intervención quirúrgica ni siquiera de urgencia, cursar estudios superiores,  casarse, abrir una cuenta en el banco o registrar el nacimiento de sus hijos sin el permiso de su guardián. Todas han de tener un tutor que, por norma general, suele ser algún familiar: el padre, el hermano, el marido o incluso el hijo, que son quienes deciden por ellas.

A pesar de las condenas y la amenazas, las activistas continuaron con su desafío a las autoridades hasta que por fin hoy pueden coger un coche. Victoria ensombrecida porque como denuncia  la ONG Amnistía Internacional, ocho mujeres aún permanecen encarceladas  “por su trabajo pacífico de defensa de los derechos humanos, en favor de los derechos de las mujeres y contra la prohibición de conducir.  Algunas llevan más de un mes detenidas sin cargos y podrían ser sometidas a juicio en el tribunal antiterrorista y condenadas a hasta 20 años de prisión por su activismo”. Entre las detenidas  se encuentran destacadas activistas como Loujain al Hathloul, Imán al Nafjan y Aziza al Yousef, quienes continúan bajo custodia.

Siento que estas mujeres con su lucha han cumplido un sueño. No se debe de pasar por alto que si ha sido posible es gracias al príncipe heredero, Mohamed bin Salmán. Él  lidera en el reino  el programa Saudi Vision 2030. Esta iniciativa, entre otras disposiciones,  prevé cambiar el estatus social de la mujer en el país.

Pero a mí me queda un regusto amargo porque, aunque parece que van a abrir la mano, en realidad tengo la sospecha de que estos cambios se hacen por motivos económicos, es una  estrategia que pretende modernizar el país y generar nuevas vías para no depender en exclusiva del petróleo. De manera que habría que plantearse si estos cambios los incluyen por dar una imagen más moderna al exterior o  porque realmente son sensibles a la equiparación de los derechos de género.

Y esto me lleva a una reflexión espeluznante, y es que si las mujeres gozamos de ciertos privilegios es porque los hombres así lo quieren. Si no lo quisieran, como en la novela de la activista y profesora canadiense  Margaret Atwood ‘El cuento de la criada’, acabaríamos de rodillas, o muertas.

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